Por Jorge Yacoman
La primera novela juvenil de Valeria Varas (Antofagasta, Chile), “Catete” (Ediciones del Gato, 2019) nos introduce en la vida de Catete, un adolescente que se enfrenta a un mundo con un odio muy violento el cual lo hace reflexionar y buscar respuestas.
El joven, que vive en una región minera, sueña con viajar para ver a su familia en Alemania, pero sus planes son cancelados tras un ataque racista que sufre su primo allá, el cual lo deja en un delicado estado de salud. A esto se le suma otro ataque del mismo tipo a una amiga de él, Tatuska, por ser gitana, en el cual él también sale herido por tratar de protegerla.
Esta violencia deja muy afectado a Catete, muy confundido e impotente, por lo que, tras recordar los relatos de un viejo pirquinero, decide emprender un viaje solo a la profundidad del desierto en búsqueda de una ciudad mágica que pareciera ser el único lugar donde pudiera encontrar respuestas. Por su edad e impulso, en este viaje Catete pone en riesgo su vida.
Valeria Varas alterna la historia de Catete con la perspectiva de la madre y acotaciones sobre el universo, los elementos que lo componen y su manera de funcionar. Es este último, el universo, el que esconde una profunda aventura para Catete, conectándose con él a través de los cielos despejados del desierto, creando un diálogo que le ofrece una mirada a la humanidad y sus orígenes.
Estos temas que propone Valeria Varas, además de ser tan necesarios de reflexionar hoy en un mundo en que la intolerancia y el odio tienen tanta cabida, permiten también un viaje por ciertas memorias colectivas íntimas, familiares, esos primeros recuerdos de la infancia, sobre todo entre madre e hijo, momentos simples que muchas veces nos definen como personas y que también representan ese lazo entre el origen y el presente, ese karma que arrastramos por siglos, el cual al ser reconocido ofrece muchas respuestas.