Crimes of the future: todos los órganos el órgano

Por Carla Duimovich Nigro

Crimes of the Future está protagonizada por dos artistas dentro de una realidad distópica que contiene muchos objetos del pasado conocido y posibles devenires de lo que hoy creemos como humanidad. En sus shows realizan performances extremas: Caprice (Léa Seydoux) tatúa los nuevos órganos que crecen dentro del cuerpo de Saul (Viggo Mortensen) en una especie de Body Art interior, y luego los extrae frente a una audiencia under que fotografía y filma el proceso con dispositivos analógicos y registro en 8 mm conjuntamente con cámaras-anillo como toque futurista.

Saul padece de un síndrome de “evolución” acelerada que produce en su interior nuevos órganos con funciones propias. Creyendo que estos órganos pueden matarlo, su compañera realiza cirugías en vivo, con tecnología que originalmente estaba destinada a realizar autopsias y que opera a distancia, a través del tacto de un objeto viscoso, parecido al lomo de una rana. Exceptuando la viscosidad, nada muy distante a las cirugías con robótica que hoy se implementan en el mundo.

En este futuro distópico, Cronenberg nos adelanta algo de lo que ya sabemos: tarde o temprano lo que quede de humanidad deberá adaptarse a la transformación hemos hecho del planeta. Responde a muchas de las preguntas que nos hacemos en la actualidad (en este sentido es tan actual que hipnotiza), por ejemplo ¿cómo y qué vamos a comer cuando hayamos destruido todo? Esta poshumanidad ya no siente dolores físicos ni son afectados por infecciones tal como las conocemos ahora. En el film, la evolución biológica del cuerpo genera problemas en el sistema digestivo y en algunos casos, produce órganos nuevos de manera natural para poder sobrevivir en su hábitat. En torno a lo social, sabemos que, por ejemplo, las personas hablan con diferentes pronunciaciones del inglés y que la ciudad aún mantiene en su exterior nostalgias urbanísticas actuales pero muy deterioradas. Sin embargo, todos los interiores están contenidos por una arquitectura brutalista, caracterizada por el minimalismo y por mostrar los materiales de construcción sin modificaciones ni pintura. No es menor, ya que todos los objetos dentro de la película buscan estar en su estado bruto, orgánico y las pocas veces que parecen elementos metálicos hacen referencia al pasado a través de detalles de óxido o estructuras antiguas. Motivo por el cual se potencia la paleta de colores grises, rojos y ocres.

En su diégesis, tampoco vemos que haya chips, celulares, computadoras, redes sociales o ningún artefacto que usamos hoy. Todas esas cosas parecen haber  “pasado de moda” o quedado en desuso, lo único que ahora importa es el cuerpo, la modificación y transformación de lo único real. Un cuerpo que encuentra placer en los cortes, en el abrirse y exponer el interior, y ya no en el sexo como lo conocemos. Lejos quedó el paradigma del cyberpunk (Cronenberg continua con algunos detalles estéticos del cine de este subgénero, como también sucedió en Blade Runner o Matrix) o la movida del biopunk, que busca perfeccionar el cuerpo a través de modificaciones genéticas o incrustaciones tecnológicas (bastante de moda en nuestra época). Crimes of the future no trata de inteligencia artificial, sino de ser humano (si es que seguimos eligiendo este término) que viene a modificarse desde sus entrañas. O mejor dicho, nos habla de transhumanimo, del cuerpo en crudo, de la nueva carne y el nuevo sexo, de lo que llevamos en el interior como fruta podrida listo para embellecernos o para matarnos.

La lucha por la preservación de la especie

Terminan los títulos. Sobre la costa yace el esqueleto de un antiguo barco encallado que no termina de sumergirse. Vemos a un niño, Brecken, jugar sobre la orilla. Tiene la inocencia de un acto presente siendo perturbado por la insistente tensión de sonidos que vienen desde muy lejos y lo condenan (el pasado conviviente). Rápidamente son reemplazados por la voz de una mujer (la voz de la madre), que le ordena no comer nada que encuentre tirado por la playa ¿qué no coma nada que encuentre en la playa? releemos el subtítulo para saber si estamos en lo cierto. Sí. Eso dijo. Corte.

Es de noche, Brecken, de ocho años, se lava los dientes mientras se observa en el espejo de un baño mugriento. Escupe en un tacho, lo abraza, se sienta en el piso entre el lavamanos y el inodoro y comienza a tragárselo. Se come los bordes del tacho de la basura como si fuera un animalito muerto de hambre, sin poder evitarlo, intruso en el baño de otra persona. Mientras muerde los bordes de plástico, suelta una baba blanca y espesa. La madre lo observa desde el marco de la puerta. Corte.  Más tarde, mientras el pequeño duerme, la mujer lo ahoga con una almohada, juguetea con el tacho a medio comer por su hijo muerto, atiende un teléfono fijo e indica que vayan a buscar el cadáver. Todavía no pasamos los siete minutos de película, Cronenberg no se andará con chiquiteces.

Conocemos a los protagonistas: Caprice  abre la ventana (como abre el interior de Saul en las cirugías) y deja entrar el sol con vistas a un paisaje árido. Se acerca a Saul Tenser, quien duerme sobre una máquina de cuero, tentáculos y lo que pareciera ser materiales orgánicos que lo conectan a un circuito más grande en movimiento. La estructura es grotesca (a la manera Cronenberg) y se encuentra en el centro de un interior estilo brutalista. “Creo que esta cama necesita un nuevo software. Ya no anticipa mi dolor. No me gira bien”, se queja Saul; Caprise responde: “llamaré a LifeFormWere. Hay una nueva hormona en tu torrente sanguíneo (…) es un nuevo órgano y está funcionando ¿puedes sentirlo?”.

Es muy interesante cómo Cronenberg plantea la organización política y burocrática de esta sociedad en base a estas transformaciones biológicas (apelando al concepto de biopoder de Focault). Por un lado propone a la empresa biotecnológica LifeFromWare, que crea maquinarias para poder sobrellevar los problemas digestivos de las personas. Entre sus productos está el BreakFaster. Se trata de una silla constituida por huesos que modifican la postura del sujeto mientras come, facilitando la digestión. Esta empresa es oficial, trabaja conjuntamente con el gobierno y la policía en términos de control y vigilancia. El BreakFaster no busca solucionar el problema de la digestión, sino convivir con ello de un modo más llevadero. Clásico.

Todos saben que existen personas que están desarrollando nuevos órganos directamente relacionados con el problema de la digestión que atañe a toda la humanidad. Los poderes consideran que una persona que desarrolle nuevos órganos deja de ser técnicamente humano. Por un lado la lucha es por conservar a la especie tal cual se la conoce, más allá de que no haya manera de sostener el sistema orgánico del cuerpo si no se adapta a la nueva realidad del mundo. Por otro lado, aún se desconocen a las personas que poseen esta nueva afección de crear órganos, y esto escapa a su control y vigilancia. Los intentos de conservar al ser humano a fuerza del BreakFaster resultan inútiles, porque intentan ponerle freno a una “evolución” inevitable. Del otro lado está lo desconocido, lo incontrolable por el biopoder. Admitir que la humanidad dejará de existir como tal, es admitir el derrotero absoluto del sistema. Se crea, entonces, la unidad de investigación policial llamada Unidad de Nuevos Vicios en todo lo relacionado a personas que transgredan la conservación de la humanidad tal cual la conocemos. En criollo, la policía antidroga pero esta vez dedicada a perseguir cirujanos clandestinos y humanos con órganos de más. Si el dolor no existe, todo se puede descontrolar ¿no?

La cirugía es el nuevo sexo

El Registro Nacional de Órganos es un ente no oficial. Está dirigido por Timlin (Kristen Stewart) y Wippet (Don McKellar) dentro de una oficinucha de mala muerte, con un escritorio y cajas de papeles. Su idea es conocer y catalogar los nuevos órganos. Tienen conexión gubernamental, sin embargo, sus motivaciones pasan más por el deseo y la fascinación  sobre este nuevo estado de las cosas que por ser ala informante, aunque una cosa no quita la otra.

En una sociedad donde no hay dolor y en donde sabemos que todo es efímero y carece de sentido (una especie de postnihilismo), donde el placer no se localiza en la genitalidad y todos los órganos son órganos sexuales (lo venimos diciendo hace mucho), lo que sucede es que dejamos de mirar para afuera, dejamos de intentar conquistar el espacio exterior, y nos volcamos hacia lo que pasa dentro, a conquistar el espacio interior, lo real, nuestro templo no sagrado. No seamos inocentes: no sabemos nada sobre nuestra carne (¿cómo funciona el cerebro? creemos tener mínima idea sobre muchas de las funciones reales o los porqués de nuestros órganos,  lo cierto es que no llegamos al fondo del océano pero sí a la luna). Es así que nos transformamos, nos metamorfoseamos, nos investigamos, nos revolvemos las tripas, nos abrimos y observamos, hacemos vivo de lo que hay en el interior como única verdad. Estas no son ideas nuevas, Cronenberg viene trabajando estos temas a lo largo de su filmografía hermanado a J.G. Ballard, autor de Crash (y decenas de libros fascinantes). Cuando, por ejemplo, el placer sexual y los accidentes automovilísticos encuentran una relación precisa.

Para no extenderme demasiado (aunque esta nota me resulta inagotable) ¿Qué pasa en la película? Voy a intentar abordar algunos puntos claves sin spoilear mucho más. El padre del niño muerto por su madre es el líder de una organización subversiva que se autocirugea órganos (se los implanta) para digerir plásticos y otros materiales con productos sintéticos. Encontraron que los problemas digestivos se deben a la imposibilidad de digerir ciertos materiales que provocaron la destrucción general del planeta y que circulan por el torrente sanguíneo impidiendo desarrollar las funciones de los otros órganos con normalidad (no quiero alarmarlos de más, querides lectores, pero esto ya es real: está científicamente comprobado que en nuestro torrente hay plástico). Este grupo de personas, atrincherados bajo tierra, creando sus propias barras de plástico para alimentarse, encontraron la manera de hacer algo con lo único humano que queda del pasado: toneladas de plástico. Singularmente, luego de “evolucionar” aceleradamente para adaptar su cuerpo a las circunstancias, gozan de buena salud. Como es de imaginar, estos neohumanos, transhumanos, “no-humanos”, son perseguidos por los servicios de inteligencia y, nuestro muchacho, Saul, termina siendo un infiltrado de la policía con problemas existenciales porque se siente parte de dos bandos y de dos mundos temporales. Además, su situación orgánica (por decirlo de algún modo) es complicada y (aún) es incomprensible para él.

El cadáver del nene aún está en manos de su padre, el líder subversivo. Y acá es donde empezamos a entender el inicio: Brecken es el primogénito de una nueva especie, el primer transhumano que nació naturalmente con el nuevo órgano que digiere plástico. Algo políticamente incorrecto, por supuesto. El líder de la banda le pide a Saul que junto a Caprice realicen una performance en vivo sobre el cuerpo de su hijo, una autopsia en directo que demuestre lo que quieren ocultar desde el gobierno y la policía: la evolución ha llegado. Algo de esto también nos vino a contar el año pasado Julia Ducournau en Titane, otra película de body horror bastante perturbadora para los señores en las butacas.

La carne es lo único real y la política es lo único puramente humano

En una presentación artística clandestina (todas las cirugías son clandestinas, pero, como ha sucedido a la largo de la historia, son visitadas por todos los poderes) nuestro protagonista (loqueado como la muerte en el Séptimo Sello, salvo que las piezas que mueve en Crimes son sus propios órganos) se encuentra con una agente del gobierno que le recomienda hacer una consulta con un médico, interesado en el “paisaje interior” (referencia a Ballard). Mientras recibe la tarjeta, Saul pregunta ¿una consulta médica? Ella responde: una consulta sobre un problema político. La claridad de Cronenberg es muy precisa. Como dice Pablo Capanna en su libro Maquinaciones, el otro lado de la tecnología, las innovaciones pueden ser orientadas (o no) hacia el bien común. Cuando hablamos de bien común no hablamos de tecnología sino de política.

Crimes of the future puede gustarte o no gustarte, aunque esa apreciación sería muy reduccionista en una obra que viene a aportar tantos interrogantes y (arriesguémonos) algunas afirmaciones. Me permito una frase que escribió Diego Soto para Revista Oropel y que me parece muy precisa: Crimes of the future no emociona, ni aterra, ni excita. Es un nuevo órgano que cumple una nueva función, hasta ahora, desconocida. Esto es así, al finalizar la película (y acá traigo las palabras de una amiga), percibís haberla tomado como vino, sin pensarla; después,  dejamos que empiece a crecer adentro nuestro hasta que la detectamos y queremos conocerla, estudiarla, tatuarla, extraerla y besarla, como una herida abierta de la humanidad que, sabemos, ya está ahí y nos duele y excita. 

Ilustración: ailin.triz
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