Toxicily: la otra cara del paraíso siciliano

Ya se encuentra disponible el documental Toxicity, sobre el desastre bioambiental de las excavaciones petroleras en Sicilia.

Alrededor de templos griegos, paraísos naturales protegidos por la UNESCO y una belleza desmedida, se alza imponente el polo petroquímico más grande del sur de Europa.

Son las 19 horas y en la angosta callecita de casas bajas la gente se agolpa en un evento poco habitual. Toxicily toca un nervio sensible en los habitantes de la costa este de Sicilia. Su estreno fue anunciado con dos proyecciones en un pequeño cine-teatro de Belvedere (un pueblito costero y de altura) conservado desde la proyección de su primer film en 1938. Con entradas agotadas para la primera proyección, toca esperar la segunda, programada para las 21 hs.

Está anocheciendo y desde lo alto de Belvedere comenzamos a ver encenderse las luces de las chimeneas industriales ubicadas en la zona marítima de la Marina di Melilli. Parece como si la ciudad se extendiera más allá de sus posibilidades en un juego de linternas lejanas. Pocos minutos más tarde, la co-producción francesa/italiana agota también su segunda función. En el cine están presentes sus directores, el francés François-Xavier Destors y el palermitano Alfonso Pinto, y los representantes de Elda Productions y Genko Films. Desde el palco también observamos a los protagonistas testimoniales del documental que, durante la presentación de la película, nos cuentan sobre la transformación que vino a traer el “progreso”, un monstruo industrial que va desde la ciudad de Augusta y se extiende por Melilli, Priolo, hasta el paraíso de Arquímedes: la ciudad de Siracusa. Un territorio que el escritor Fabio Lo Verso dio a llamar el cuadrilátero de la muerte, debido a la contaminación generalizada.

Tráiler

“Da questa parti, quelli che parlano, rischiano” [Desde esta parte, aquellos que hablan, arriesgan], comienza diciendo una voz en off mientras vemos a una persona adentrarse en las oscuras cercanías al campo de atracciones industrial que atonta como a bichos sin luna. Sin duda esta no es una de las postales romantizadas de Sicilia sino una sobre un estado de cosas que puede acercarse al paraíso perdido, una postal sobre el olvido y la negligencia política, nacida en el auge del progreso, el humo y el arsénico.

En 1949, Angelo Moratti comenzó los trabajos de instalación de la refinería petrolífera más grande del sur. La sociedad cuenta hoy con una larga lista de empresas y fábricas operando en su campo industrial: ESSO, SASOL, AGIP, AUGUSTA (ERG), ENICHEM, ISAB-ER, entre otras, y su expansión aborda el trabajo de productos químicos y petroquímicos de la región.

Desde su inicio, la ciudad de Augusta padeció una destrucción sistemática, primero de su infraestructura costera y más tarde de su composición social, cultural y natural, que, paradójicamente, trajo consigo un in crescendo en los puestos de trabajo (aunque mal pagos) dentro y fuera de la planta y en la economía local, en niveles de logística nunca antes vistos en esta región de la isla con un despliegue tecnológico de avanzada.

Dentro de la institución familiar, la injerencia de la industria permitió la herencia de los puestos de trabajo, creando una especie de continuidad generacional reducida a una limitada práctica. En la mayoría de los casos, las personas (siempre hombres jóvenes) heredan el trabajo de sus padres quienes, a su vez, lo han heredado de los suyos, cuyas muertes acontecen a una edad relativamente temprana debido a diferentes tipos de cánceres, entre otras patologías.

La industria petroquímica no ha traído nada bueno a la región más allá de un trabajo esclavizante del cual (en apariencia) es muy difícil salir. Los testimonios en Toxicily reflejan -de un modo políticamente correcto- el desastre ecológico a lo largo de estos últimos 70 años. Esto es debido a las descargas de residuos industriales, los derrames de petróleo y la contaminación química durante los procesos de producción.

Las consecuencias: un impacto directo y sin precedentes en la salud humana y animal, debido a las malformaciones congénitas asociadas a la exposición a productos químicos tóxicos del ambiente industrial. Esto último debe ser interpretado en sentido amplio: contaminación del aire, agua y tierra (alimentos, etc.), lo que iguala a la aparición de cáncer a edades muy tempranas a causa del arsénico, el mercurio, el plomo, etc.

Las políticas en pos de la preservación de la biodiversidad, las prácticas sostenibles y la gestión de recursos naturales son inexistentes o sólo creadas para la ficción de los discursos oficiales. Los verdaderos protagonistas de la resistencia son los vecinos de Augusta, los únicos que llevan sobre sus hombros la lucha contra el abandono y la muerte. Lamentablemente el grupo es reducido, pocas personas se animan a alzar la voz contra el poder, y en su mayoría se trata de familiares que han perdido a un ser querido, amigos o aquellos a quienes les duele ver cómo el “progreso” ha dejado nada de aquel paraíso de infancia. La comunidad no participa, tiene miedo, está desesperanzada o simplemente son sus padres, maridos o hermanos quienes trabajan en la industria y es la única fuente de ingreso del hogar.

En el film oímos el testimonio del cura de una pequeña iglesia de Augusta (quizás el único que recupera en sus misas los nombres y los apellidos de los muertos por la industria petroquímica) que dice: “meglio morire de cancro che di fame” [mejor morir de cáncer que de hambre].

Esta afirmación define el pensamiento medio de los trabajadores de la región, en otras palabras, rige la vida (o la muerte) en Sicilia. En Toxicily la vemos convertida en una pregunta sobre la pared de una ex-refinería en abandono: ¿mejor morir de cáncer que de hambre?, escrita en aerosol en la clandestinidad de la noche.

Sicilia está pagando un costo muy elevado por la existencia de su parque industrial. Se ha transformado en una especie de distopía, en donde los peces son deformes y los bebés mueren al nacer (distopía en cifras: su tasa de mortalidad infantil es una de las más altas de la región).

La realidad abrumante y ejemplar de Sicilia, un paraíso perdido a causa del petróleo, en donde la destrucción ecológica y bioambiental impacta en la salud y directamente en el futuro, propone cuestionarnos si los negociados petroquímicos off shore que planean llevarse a la práctica en nuestra ciudad de Mar del Plata debieran hacerse. Lo que está claro es que, del otro lado, solo parece hallarse un error ecológico irremediable. El discurso de la bonanza del trabajo y del éxito industrial suena prometedor para la ciudad con más desocupación del país. Sin embargo, no hay estudio epidémico que pueda negar un inminente desastre, ni discurso político que pueda ocultarlo.

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