El juego del calamar: perfección surcoreana y crítica al sistema

Nos adentramos en la popular serie de Netflix que ha dado mucho de que hablar desde su reciente estreno ¿Qué les pareció a ustedes?

Por Carla Duimovich Nigro

En su primera semana de estreno, el mundo de las series se ha frenado para atestiguar la grandeza de “El juego del calamar” (“Squid Gamc”). La serie surcoreana guionada y dirigida por Hwang Dong-hyuk viene a cristalizar con inclemencia el crepúsculo más brutal del sistema económico global y de las democracias actuales.

Creada en Corea del Sur, la serie se suma a la lista de éxitos inagotables que nos ofreció el país asiático en los últimos años. Su trama nos devuelve de inmediato a la controversial adaptación cinematográfica de “Battle Royal” (Kinji Fukasaku; 2000); una película que invitó a presenciar brutales escenas de crueldad y que años atrás el director Quentin Tarantino posicionó en el podio de sus películas favoritas.

Sin embargo, no es casual que pensemos de inmediato en Battle Royal: Dong-hyuk afirmó que hace trece años escribió  El juego del calamar inspirado en los cómics japoneses Battle Royale y “As the Gods Will”.  De este modo, conformó nueve episodios para la bestia del streaming, Netflix, con una trama similar pero lo suficientemente renovada para despegarse de sus referentes. En los últimos, se narran las odiseas de grupos de personas que deben participar en juegos de supervivencia y en donde sólo un jugador quedará vivo. La selección de los jugadores está definida por sus propias situaciones de vulnerabilidad económica, factor que impide que los escogidos se nieguen a participar.

Las producciones surcoreanas mantienen al mundo expectante desde hace varios años, sobre todo luego de que Parasite (Bong Joon-ho) lograra ser la primera película de habla no inglesa en ganar el Óscar a Mejor Película (2020).  No es dato menor que por los mismos años Netflix accediera a producir El juego del calamar, después de que el proyecto estuviera varios meses en pausa.

Los episodios reproducen una versión sanguinaria de juegos infantiles tradicionales coreanos de los años setenta (incluido el que le da el nombre a la serie), acompañados por una musicalización clásica y para niños. Esta ambientación provoca cierta melancolía por el recuerdo de las infancias perdidas, atravesadas por la deshumanización capitalista y la consciencia sobre el tiempo: “los juegos podrían ser algo que solía jugar cuando era niño, cuando era inocente, y eso podría tener las consecuencias más intimidantes de vida o muerte (…) La combinación de los dos podría crear una ironía muy sorprendente”, explicó el director en la rueda de prensa de Netflix.

Los villanos reales de esta historia son quienes los observan enfrentarse hasta la muerte: un grupo de poderosos empresarios que, aburridos de tanto poder, son incapaces de sentir felicidad. A fuerza de entretenerse apuestan por un ganador, quien será el único sobreviviente entre las 456 personas. Para potenciar la propuesta teatralizada, los juegos son llevados a cabo en escenarios monumentales. Este aspecto deja a los participantes vistos como niños entre estructuras a gran escala con colores que nos recuerdan a las películas de Wes Anderson.

El comienzo del juego

Un grupo de personas “acceden” a participar de un juego que promete mucho dinero para el ganador. En apariencia, sólo tienen en común las deudas económicas adquiridas con bancos y prestamistas, y el hostigamiento que padecen diariamente a causa de sus decisiones. Ninguno de los jugadores sabe de qué juegos se trata, hasta que son llevados a jugar Luz roja, luz verde: una muñeca gigante en medio de un árido parque canta hasta darse la vuelta. Los participantes deben correr hacia la meta hasta que la muñeca los mire; durante ese lapso en que son observados, los jugadores que emitan un solo movimiento serán asesinados a sangre fría.

Debido a sus problemas económicos, los elegidos deciden buscar un golpe de suerte que les cambie la vida y continúan participando. En el campo de juego existe una aparente “igualdad” de reglas y condiciones. Sin embargo, así como sucede en las democracias actuales, las condiciones dentro de la arena de juego no son las mismas para todos. Por estar fuera del mercado, los viejos y las mujeres se llevan la peor parte: no sólo deben sobrevivir en su condición de jugadores, sino que arrastran las desventajas de sobrellevar existencias sesgadas por el patriarcado y el desplazamiento de un sistema que condena a la vejez.

El Juego del Calamar trabaja personajes arquetípicos propuestos desde la mixtura de diversos géneros: suspenso, drama, horror y comedia.  El protagonista Seong Gi-hun (Lee Jung-jae) es el jugador 456, el último en la lista de participantes. Su antagonista en el juego (al menos al comienzo de la temporada) es el clásico matón de barrio, machista hasta la médula, inmoral, que siempre sacará provecho de cualquier situación o persona. Y así pasa con las otras masculinidades: el intelectual con su doble cara, el policía heroico, el viejo sabio. En el mundo de representaciones femeninas pasa algo similar, podemos encontrar sin mucha dificultad a la histérica, a la rebelde, a la esposa, a la madre y a  la desinteresada. Dicho de otro modo, el campo de juego es una metáfora del mundo exterior, en donde se juegan los roles que hemos reproducido a lo largo de la historia. No obstante, dichas representaciones toman un giro necesario hacia los episodios finales, proponiendo una lectura más actual sobre las transformaciones socio-culturales de los últimos años. En el guión, los personajes más “débiles” se transforman y ascienden, mientras que los demás permanecen con pocas alteraciones a lo largo de la temporada, funcionando como agentes de un mundo pretérito.

Sin más spoilers, El juego del calamar vale la pena desde principio a fin. Una gran propuesta de Netflix que ya se ganó la posibilidad (más que asegurada) de una segunda temporada. En efecto, el último episodio nos deja con hambre de venganza, y la toma final sólo pretende una segunda entrega de esta serie que deslumbra por su registro y montaje perfectos.

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