Película “La familia”: el amor bruto

La Familia, ópera prima del venezolano Gustavo Rondón, co-producción minoritaria con Chile, estrenada en la 56º Semana de la Crítica de Cannes y en la 13° edición de SANFIC, donde ganó el premio a mejor película y mejor actor, brilla en cada una de sus composiciones.

Por Jorge Yacoman

La película sigue a un padre (Giovanni García) y su hijo (Reggie Reyes) de 12 años quienes tienen que escapar de su hogar después de que el hijo mata con una botella rota a otro niño vinculado con la mafia.

A través de una cámara en mano, se inserta en un bloque de una población en Caracas como testigo de un mundo del cual pareciera ser parte, como extensión de la poca esperanza—o indiferencia—de cada ser que lo habita. Es una película donde los actores no actúan y los personajes son personas—no elementos dramáticos—, y los lugares sudan el agotador ritmo de la ciudad y su historia. No cae en postales ni momentos melodramáticos: no hay uso de música que ayude a reforzar el drama o a hacerlo más digerible, quizás con motivo de darle espacio a la voz de la ciudad. Se aferra al espacio de manera abstracta a través del desenfoque de éste en cámara, dándole una materialidad más cruda, cotidiana y a la vez poética. El contexto y lo que se pone en riesgo es lo más básico del ser humano: su dignidad, su libertad, mientras que el sobrevivir pareciera ser sólo un juego o parte de una rutina. Con un ritmo vertiginoso y preciso de montaje a cargo del mismo Gustavo Rondón junto a la chilena Andrea Chignoli (“Tony Manero”, “Violeta se fue a los cielos”), también entrega respiros y espacios de reflexión como una frágil esperanza, sobre todo respetando a los personajes. Estos momentos son muy orgánicos, donde el silencio de los personajes pareciera ser más un grito ahogado, pero que le permiten al espectador asimilar el intenso viaje. En este sentido, el sonido también se emplea de forma consciente. Usando la sonoridad de los lugares y objetos de manera sutil para capturar su pobreza como son los distintos juegos de los niños, con las pelotas y tapas de botellas, crea una aguda tensión que está presente en cada cuadro como reflejo de la urgencia de los personajes.

La relación entre padre e hijo se expone desde lo más bruto, desde la falta de ternura y comunicación en una estructura familiar precaria, a la ilusión de un refugio fuera de estándares sociales. Esta relación se construye en base a principios machistas que se manifiestan con violencia. Quizás la única debilidad de esta película es que cae en una cierta estética —como lo es la paleta de colores y el uso de cámara en mano—, una temática—el mundo marginal desde una mirada poco esperanzadora, sin humor— y una estructura narrativa algo de moda y correcta, pero aún así, “La familia”, con su metraje conciso de 82 minutos, es una película con vida propia, que no se pierde en ambiciones estéticas, discursivas, literarias o metafóricas, y se desgarra cinematográficamente desde un tiempo poético puro.

Comparte esta nota en tus redes

Más Mundo Películas